Alza de COVID-19 en menores e indicadores de riesgo deben evaluarse para reabrir escuelas
Por: Jeniffer Wiscovitch Padilla | Centro de Periodismo Investigativo
SAN JUAN (CPI) – Miguelina Rojas no se siente cómoda con tener que llevar a la escuela a su nieto, Chenel Saúl Minaya, si finalmente el Gobierno opta por la reapertura de los planteles en enero.
“No me gustaría la cuestión presencial por este aumento en los casos [de COVID-19] en Puerto Rico”, aseguró Rojas. Su nieto, sin embargo, quisiera dejar las clases virtuales para volver a interactuar en persona con sus amigos.
Rojas, quien vive en Santurce en el residencial Las Margaritas con Chenel, asegura que no ha tenido ninguna comunicación o información de la escuela pública donde estudia su nieto sobre la posibilidad de comenzar clases presenciales. Incluso, visitó esta misma semana el plantel para hacer una gestión sobre el subsidio del internet para los estudiantes y dice que del regreso a la escuela, no le mencionaron nada.
“La abuela y yo sentimos que no debe ir a la escuela en este momento”, dijo por su parte su tutora voluntaria, Karla Andreu, quien conoce de primera mano los retos que ha tenido el menor con la educación a distancia durante la pandemia.
Al igual que la abuela de Chenel, la mayoría de las familias comparten la misma preocupación por sus menores ante la incertidumbre por lo que pasará en enero.
Los contagios por COVID-19 en menores de 19 años en Puerto Rico tuvieron su mayor alza en julio, y luego se han mantenido en aumento, rondando los 1,200 casos mensuales, al menos hasta octubre. A la fecha, suman más de 6 mil casos desde que comenzó la pandemia, según datos del Departamento de Salud (DS).
La aceleración en la transmisión del virus entre niños y adolescentes comenzó de junio a julio con un aumento de 781%, reveló un análisis de los datos oficiales hecho por el el Centro de Periodismo Investigativo (CPI).
El aumento es de más de 1,000% en los casos positivos al mirarse los datos desde abril, cuando comenzaron a hacerse pruebas de manera amplia en Puerto Rico, hasta octubre.
La tendencia de contagios y las complicaciones de salud que pueden desarrollar los menores, aunque no desarrollen síntomas, son preocupantes, particularmente de cara a un posible inicio de clases presenciales en enero, sin que se cumplan los criterios científicos ni se haya adiestrado a padres y maestros sobre el sistema de vigilancia.
Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC en inglés) tienen una lista de indicadores de riesgo que deben tomarse en cuenta para la reapertura de las escuelas, que incluyen la cantidad de casos nuevos reportados por cada 100 mil personas. Se recomienda que, para mantener el riesgo más bajo, en los últimos 14 días antes del inicio de clases, no haya más de cinco casos en el municipio, y la tasa de positividad, que es el porcentaje de personas que han dado positivo a todas las pruebas que se la han hecho, sea de menos de un 3%. Actualmente, Puerto Rico se encuentra catalogada en nivel naranja, lo que significa un nivel de riesgo sustancial, y la tasa de positividad está en 17%.
Epidemiólogos y pediatras entrevistados por el CPI sostuvieron que para poder reabrir las escuelas de forma segura el Departamento de Salud debería tener un monitoreo del contagio de las comunidades, no solo de los municipios, y que esto no existe.
En cuanto a los planes del Gobierno para manejar la reapertura, lo que existe a la fecha es un Plan de Contingencia y Protección para las escuelas públicas del Departamento de Educación que se limita a los conceptos básicos de higiene, distanciamiento y toma de temperatura, y un Sistema de Vigilancia, que el secretario de Salud, Lorenzo González Feliciano, mencionó la semana pasada en las vistas de transición, pero que no se ha divulgado. Según dijo, tal sistema entrará en vigor en enero cuando los estudiantes regresen al aula.
En julio se reportaron 899 casos confirmados en menores entre 0 a 19 años, rango de edad que la Organización Mundial de la Salud (OMS) identifica como niños y adolescentes. La tendencia ha continuado luego del verano, cuando los casos se han mantenido sobre 1,200 por mes.
Al mirar el total de casos, que incluyen los confirmados por prueba molecular y los casos sospechosos (identificados con prueba serológica), los números muestran un panorama mucho peor, y los casos de algunos meses se duplican. Un ejemplo es el mes de agosto, cuando se reportaron 2,179 casos totales versus 1,293 casos positivos a prueba molecular.
El aumento de casos en este grupo de edad en Puerto Rico también fue reseñado en un informe de la Academia Americana de Pediatría (AAP en inglés) que abarca del 24 de septiembre al 8 de octubre, donde, en solo dos semanas, hubo un aumento de un 25% en los contagios con COVID-19 de los niños en la Isla, algo que también pasó en ocho estados de Estados Unidos. Informes posteriores de la AAP encontraron fluctuaciones, pero se mantuvo sobre el 20% hasta principios de noviembre, cuando bajó al 15% según el último análisis publicado.
Los informes, que se nutren de los datos del DS de Puerto Rico, no cuentan con información sobre las hospitalizaciones, la cantidad de pruebas realizadas y los fallecimientos en este grupo de edad, a diferencia de la mayoría de los estados.
El aumento en este grupo de edad ha sido cónsono con el incremento en casos de COVID-19 en la población general luego de la reapertura y la flexibilización de las medidas contra la enfermedad por parte del Gobierno desde mayo. También coincide con el aumento en el número
de pruebas que se están haciendo, indicó la doctora Cindy Calderón, pediatra y presidenta del Capítulo de Puerto Rico de la AAP.
La doctora Carmen Suárez, presidenta de la Sociedad Puertorriqueña de Pediatría, coincidió con Calderón en que el aumento en los casos de niños con COVID-19 ha sido proporcional al incremento en los casos de los adultos, los que ya ascienden a 47,345.
“No necesariamente el niño tiene que salir de su casa para infectarse. De hecho, se ha probado que más de la mitad de los casos de infecciones, calculan como un 60 por ciento, están relacionados a interacciones en el hogar, o sea familias (reuniones familiares, cumpleaños)”, expresó Gredia Huerta, quien también es parte del Capítulo de Puerto Rico de la AAP.
En cuanto a las pruebas, Calderón sostuvo que usualmente se le hace la prueba de COVID a los menores de edad si hay alguien sospechoso de tenerlo en el hogar, o si hay alguien positivo, ya sea papá o mamá, o si el menor tiene síntomas.
“Los casos de los niños que han encontrado positivo, la mayoría no fue el niño el caso índice, fueron los familiares dentro del entorno y, por lo tanto, allí fue que identificaron a los niños. A medida que ha habido reapertura y más adultos se han infectado, es de esperarse que va a pasar lo mismo con los niños, porque al hacer el estudio del hogar, ahí encuentran, incidentalmente, que el niño es positivo, aunque no haya presentado síntomas”, expresó la pediatra Calderón.
Huerta coincidió con Calderón en que es en el rastreo de contactos donde se identifica que un niño tiene COVID “porque los niños tienen más probabilidad de ser asintomáticos”.
“Todavía no se entiende perfectamente cuánto los asintomáticos pueden transmitir la infección, pero sí se sabe que lo pueden transmitir. Si los niños tienen mayor capacidad o no de infectar a otros, es algo que todavía se estudia”, agregó Calderón.
Las complicaciones
La doctora Calderón sostuvo que un niño con COVID-19 puede ser asintomático y, a las dos a tres semanas, presentar el Síndrome Inflamatorio Multisistémico. Esta enfermedad viene acompañada de fiebre alta, dolor de pecho y dificultad para respirar, aunque no haya tenido un cuadro de catarro, explicó.
“El deterioro en estos pacientes es rápido, por lo que requiere atención inmediata”, sostuvo.
Aunque este síndrome es de baja prevalencia, los niños que lo tienen pueden desarrollar otras complicaciones, como pericarditis y problemas renales, advirtió.
Calderón sostuvo que en Estados Unidos se han registrado muertes por este cuadro de inflamación, que es muy parecido a la enfermedad de Kawasaki.
A nivel mundial, la mortalidad en niños por COVID-19 es baja, aseguró Huerta.
En Puerto Rico, desde marzo han fallecido tres menores por COVID-19, según los datos oficiales: una niña de 13 años, una joven de 19 y un joven de 16. Actualmente, hay un menor en cuidado intensivo.
Huerta mencionó que, según los CDC, mientras aumenta el grupo de edad, aumenta significativamente el riesgo de morir. Por ejemplo, menores entre cinco a 17 años tienen más posibilidad de morir por COVID-19 que menores de cero a cuatro años.
“Sabemos que los niños menores de un año sí están en mayor riesgo que otras poblaciones pediátricas que son infantes. Hay que protegerlos, al igual que a la mujer embarazada”, sostuvo Huerta.
Calderón agregó que el riesgo también aumenta en los niños que tienen condiciones críticas que debilitan su sistema inmunológico, sin importar la edad.
Según los CDC, los niños, independientemente de su edad, que tienen diabetes, asma, enfermedades cardíacas desde el nacimiento, y obesidad, entre otras, podrían enfermar gravemente por COVID-19.
Calderón indicó que el tratamiento de COVID-19 para los menores es similar al de los adultos y que como es una enfermedad nueva, han ido aprendiendo sobre el tratamiento en el proceso. Si los síntomas son leves, el menor solo requiere descanso en el hogar.
El medicamento Bamlanivimab, que llegará a Puerto Rico próximamente para tratar pacientes con COVID-19 sin criterios para una hospitalización, pero con riesgo de desarrollo de enfermedad severa, podrá ser utilizado en pacientes de 12 años de edad en adelante, que alcancen un peso de 88 libras o más, indicó la subsecretaria de Salud, Iris Cardona.
¿Qué dicen las doctoras sobre la reapertura de las escuelas?
Ante la posible reapertura de las escuelas en enero, la epidemióloga Cruz María Nazario, catedrática de la Escuela de Salud Pública del Recinto de Ciencias Médicas, dijo que no se deben abrir los planteles sin antes tener un plan para evitar los contagios y sin haber corroborado que el nivel de contagio comunitario sea bajo. Según ella, ese dato no está disponible porque el DS no provee esa información.
“Aquí no se puede estar abriendo escuelas si uno no sabe el nivel de contagio en la comunidad donde está ubicada esta escuela”, advirtió .
Un estudio hecho en India por investigadores de las universidades de Princeton, John Hopkins, y la Universidad de California en Berkeley, y personal de salud pública de dos estados indios,
identificó que los niños de cinco a 17 años transmitieron el virus al 18% de los contactos cercanos a su edad. A pesar de las particularidades culturales por haber sido hecho en India, la investigación es considerada el mayor estudio de rastreo de contactos hecho hasta la fecha, ya que contó con medio millón de participantes, y también reveló que los niños y jóvenes son clave en la transmisión del virus, especialmente en los hogares.
“Hay que partir de la premisa de que tiene que haber un control de la transmisión comunitaria para cualquier institución poder operar, sobre todo, una que va a recibir personas de diversos lugares como lo son la escuela y los centros de cuido, donde reciben personas de diversos municipios, reciben adultos, reciben niños, y reciben personas con factores de riesgo para complicaciones”, dijo por su parte la pediatra Huerta.
Recalcó que es importante que las decisiones sean bien pensadas y basadas en evidencia científica antes de volver a la escuela.
Los CDC establecen que la decisión de la reapertura de las escuelas debe hacerse a base de los datos de transmisión en la comunidad y la capacidad para implementar medidas de mitigación para proteger a los estudiantes, maestros y demás personal escolar. Debe considerarse también el efecto en la salud mental, social, emocional y conductual de los estudiantes de no comenzar con las clases presenciales, así como la importancia de que los niños necesitados puedan recibir el almuerzo y los servicios de educación especial, entre otros.
Calderón recomendó que cada escuela debe tener un plan que incluya, por ejemplo, cómo se van a hacer cernimientos para disminuir la entrada de personas con el virus a la escuela, y las medidas de barreras físicas que se implementarán hasta que la enfermedad esté bajo control, entre otras.
El Departamento de Educación cuenta con un plan de contingencia y protección para los empleados y estudiantes ante el COVID-19 desde junio, principalmente enfocado en las medidas de higiene dentro de la escuela y las instrucciones para el cernimiento a la llegada del plantel escolar de los estudiantes y el personal escolar.
A preguntas del CPI, el Departamento de Educación indicó que ya le hizo entrega a los directores escolares de tres paquetes de equipos, materiales de limpieza y desinfección para cada escuela, los que le deben durar todo el semestre. En el almacén hay inventario disponible para cuando se abran las escuelas. Además, siguen comprando para rellenar el inventario, agregó la agencia.
El Departamento de Educación también iniciará en diciembre la entrega de 1.4 millones de mascarillas reusables provistas por el CDC para los maestros y estudiantes.
“Todavía no tenemos suficientes personas que han pasado la enfermedad y la sobrepasaron para poder hablar de inmunidad de rebaño, donde nos protegemos unos a los otros, porque hay menos incidencia. Todavía no llegamos ni al 10%” de la población de Puerto Rico, mencionó Calderón.
La pediatra Suárez sostuvo que el Gobierno debe ir adaptando las escuelas y logrando que se abran para el beneficio de la familia y de los niños, “porque realmente parte del desarrollo se tiene que llevar en la escuela”. Puntualizó que los pediatras apoyan el que las escuelas e instituciones hagan los cambios necesarios para que abran de forma segura.
Súarez dijo que entiende que las escuelas privadas llevan meses preparándose para un reinicio de clases híbrido, en el cual los estudiantes tomen clases unos días en la escuela y otros en el hogar. Sin embargo, dijo que le preocupa que el sistema público no esté listo para comenzar, ya que el Gobierno tiene que asegurarse de que la contaminación en la comunidad esté controlada para no exponer a más personas.
Recalcó que la APP reconoce que el que los niños no estén yendo a la escuela está trayendo otros problemas, como por ejemplo, la obesidad. Además, según Suárez, el aprendizaje de los menores no ha sido el mejor durante estos meses y los padres han tenido que lidiar con el estrés de la escuela, además de la escasez o pérdida de trabajo.
“Todo eso está creando un problema de ansiedad y depresión en edades pediátricas jamás antes visto aquí y en los Estados Unidos. O sea, que nosotros necesitamos que los niños empiecen a retomar su vida”, sostuvo la doctora. No obstante, dijo que no está segura que esto pueda ocurrir en enero debido a que los contagios no están controlados.
El Secretario de Salud dijo en las Vistas de Transición de Gobierno que su agencia tiene disponible un sistema de vigilancia epidemiológica para que los padres registren a sus niños una vez el Departamento de Educación (DE) comience las clases presenciales.
Según explicó, este proyecto del Sistema de Vigilancia de COVID-19 en el sector educativo de Puerto Rico cuenta con cinco fases básicas: el ingreso de la información de estudiantes y empleados de las escuelas públicas al BioPortal, el contacto e ingreso de información de estudiantes y empleados de instituciones privadas de educación al BioPortal, el ingreso de la información del hogar del menor al BioPortal, la apertura de escuelas de forma presencial, y la investigación y rastreo de casos en las escuelas.
Sin embargo, este sistema de vigilancia no se ha dado a conocer a las familias que tendrían que enviar a sus niños y niñas a las escuelas en enero como es el caso de Miguelina Rojas y su nieto.