En siglo XIX, una de las propuestas de Eugenio María De Hostos fue: “Estableceremos, primero, nuestros vicios; después de destruidos estos, estableceremos nuestras virtudes y sobre ellas fundaremos nuestro derecho a reclamar la libertad. […] La obra será obra de la educación del pueblo para que se sepa hacer buen uso de la libertad y para eso se necesita tiempo. Yo dije treinta años pero sin intención de establecer un dogma ni mucho menos.” Hostos se refería a que había que trabajar con la educación colectiva del pueblo, en un contexto histórico donde más del 97% de la población puertorriqueña era analfabeta. Los pocos educados, eran los privilegiados que podían sufragar sus estudios en Europa o Estados Unidos, salvo alunas excepciones.

Por otra parte, debemos recordar los más de 400 años de censura impuestos por los gobiernos absolutistas de España. Leemos en nuestra historiografía puertorriqueña, como censuraban a nuestros próceres y cómo el Estado tenía su gaceta oficial para imponer la “verdad” del soberano. Por ello, los propios privilegiados tenían su contrabando de libros y periódicos, en algunos casos bibliotecas personales donde se encontraban ejemplares de libros prohibidos por el gobierno. El resto de la sociedad se encontraba desventajada y sin acceso a la educación.

El Departamento de Educación y la Universidad de Puerto Rico llegan con el cambio de soberanía. Es ahí donde se empieza a expandir la educación de todos los puertorriqueños sin importar la condición social. Educación que inició en el idioma inglés y a través de las luchas por preservar nuestra cultura, se incluyó nuestro idioma en las aulas. La sociedad empezó a crecer intelectualmente, aunque con cierta apatía cultural a la profundidad intelectual que interpretamos como consecuencia de siglos de analfabetismo institucionalizado y censura, impregnados en nuestro ADN.

Hoy vemos los resultados en las pruebas estandarizadas, donde la mayoría de nuestros estudiantes se ubican en los niveles prebásicos y básicos -estas pruebas no son la mejor herramienta para medir a nuestros estudiantes, pero es lo que utiliza el Estado. Lamentablemente -en mi experiencia- la mayoría de los estudiantes que llegan a mi salón en la Universidad no saben responder cuál es su libro o autor favorito. 

Los puertorriqueños somos inteligentes y creativos, de eso no hay duda. Es el Estado que por años ha coartado nuestra sociedad en ganar profundidad intelectual a través de currículos incompetentes, de contenidos con poca relevancia y maestros sin recursos. Lo que tiene un efecto negativo sobre nuestra estructura política y economía. Esto repercute sobre nuestros políticos, mano de obra, los diversos profesionales y lo más importante, el electorado a la hora de emitir un voto.

Preocupa nuestro escenario actual por el efecto de los recientes obstáculos en los últimos años de nuestra historia. Desde el huracán María, los temblores del sur y la educación a distancia -implementada de forma atropellada- que han interrumpido la educación de nuestros estudiantes. Esto se suma a la plétora de contratiempos que ha heredado nuestro sistema educativo por años. Si ostentamos como Patria lograr el buen uso de la libertad que postuló Hostos en el pasado, es necesario romper con este paradigma histórico, de conformarnos con lo que tenemos. Debemos reconstruir nuestros currículos e invertir en nuestros salones y maestros. Atrevernos a redirigir nuestro norte con miras a obtener mejores resultados en el futuro y fortalecer la educación de nuestro pueblo. Así en un futuro podemos elevar nuestros niveles intelectuales en toda la sociedad y podemos producir mejores gobiernos del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. Pitágoras afirmó: “No hagas leyes para el pueblo; haz un pueblo de ley.” Esto se logra a través de la educación de calidad.